Llegaban las diez en punto de la noche y el Coliseum de A Coruña estaba a reventar; había mucha expectación ante el tercer concierto de la gira de presentación del nuevo álbum de Amaral, Salto al color (2019). Servidor estaba en una zona del recinto, previo al concierto, donde se veía llegar a toda la gente y, a sabiendas de que son de Zaragoza, tuve que meterme en la Wikipedia del grupo para hacer la comprobación de que no eran de Galicia.
Y no fue ese el único momento, ya que, durante el concierto, la complicidad entre Eva y el público era increíble, como si fuese amiga de toda la vida de cada persona del público. Pero no adelantemos acontecimientos, volvamos a las diez, cuando se apagaron las luces y todo comenzó.
Mientras sonaba de fondo la canción de Encuentros en la tercera fase la banda fue saliendo poco a poco al escenario, dejando a Juan para el final y llevándose la primera ovación de la noche. Acto seguido, con los primeros compases de Señales, entró en el escenario Eva, con un mono plateado y con una bola de espejos en la cabeza. Todo muy acorde para hacer juegos con las luces y plasmar ese “salto al color” que defienden ahora sobre los escenarios.
Aunque abrieron el show con una canción del último álbum, no dudaron en seguir con clásicos de la banda y del país en general, como son El universo sobre mí y Marta, Sebas, Guille y los demás. A nadie conozco que no se sepa estos ya himnos de la música nacional. Repasaron prácticamente toda su discografía, interpretando Salto al color íntegro y mezclándolo con canciones más antiguas como Rosita, Kamikaze, Como hablar o Moriría por vos.
Todo el mundo quedó conforme, tanto quienes iban a ver cómo sonaban en directo los nuevos temas como quienes sólo acudían a escuchar los clásicos. Todas las canciones sonaron espectaculares, y a algunas les sientan especialmente los arreglos para la nueva gira, como ese final con A galopar que hacen en Hacia lo salvaje.
Además del repertorio, el show visual también es muy potente, pues la especie de pantalla-espejo situada al final del escenario favorece y enfatiza toda experiencia cromática que Amaral proponen con su nuevo disco. Y es que no es sólo que la utilicen en un par de canciones, es que no paró de funcionar durante las dos horas y media que duró el concierto.
Por supuesto que todo está estudiado al milímetro y funciona con un cien por cien de eficacia, como si fuese un reloj suizo. Aunque en su mayoría predomina el azul, al igual que en la portada del álbum, el escenario se bañó tanto de blanco y negro como en el resto de los colores. Y es curioso ver el contraste de esta nueva etapa con la sobriedad y oscuridad de la etapa anterior, como si fueran otra banda completamente distinta.
Como comentaba al principio, la conexión de la banda con el público era descomunal; pocos conciertos he presenciado que este aspecto me dejase tan fascinado. Pero debe de ser algo ya natural con Amaral y Galicia, ya que, como comentaba Eva, siempre se sienten muy a gusto en esas tierras.
También contó una anécdota de un festival en el que durante el concierto se les fue el sonido de los altavoces, pero no el de sus monitores, y cuando se fijaba en la gente veía como cantaban algo que no era su canción. Cuando se dieron cuenta del problema de sonido, vieron que la gente estaba cantando A Rianxeira. Gracias esa predilección que sienten por Galicia, regalaron a los asistentes dos canciones que no suelen interpretar en la gira, Ondas do mar de Vigo y Riazor. Un lujazo.
No hace falta que nadie venga a confirmarlo, pero el status de Amaral se lo han ganado a pulso y es más que merecido. Canciones que están en las vidas de casi todo el mundo, unos espectáculos geniales y muy entretenidos y una fuerza desarrolladora, y en Coruña se encargaron de hacer gala de todo ello una vez más.
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