Después de un pequeño lapso de inactividad cinematográfica, volvemos con Dallas Buyers Club (USA, 2013).
Nominada al Óscar, es sin duda un claro ejemplo de armonía: guión sencillo, excelente reparto y espontánea ejecución; todo con el respaldo de una historia real. Dos actores camaleónicos, Matthew McConaughey y Jared Leto, nos deleitan con sus transformaciones físicas y más que creíbles. Por algo se llevarían el Óscar ese año (mejor actor y mejor actor de reparto, respectivamente): ambos llegaron a perder más de 20 kilos en pocos meses.
Podéis investigar sobre la dieta que siguió el pobre McConaughey, a base de claras de huevo, pollo y Diet Coke. La situación lo requería, y no es la primera vez que vemos algo así; recordemos por un momento a Christian Bale en The Machinist. El cuerpazo que lucía en American Pysco reducido a unos míseros 55 kilos.
Para mí, el deleite de lo verosímil. Algo que a la postre todos buscamos en la pantalla. Nos encontramos en Dallas (Texas), 1985. Ron Woodroof (Matthew McConaughey) vive por y para los rodeos, las apuestas, el sexo y las drogas. Un Cowboy consumido por la cocaína y aficionado a las prostitutas. Una joya. También es electricista.
Todo cambia cuando le diagnostican VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana). Nuestro Cowboy tiene SIDA, (que es la etapa tardía de infección por VIH; el virus ha progresado y su sistema inmune está, por así decirlo, caput). Y ahora es cuando debemos esforzarnos para comprender el contexto: era una época en que dicha enfermedad se encontraba en su peor momento; muertes a chorro y ningún tratamiento efectivo para pararla. Y lo peor, el estereotipo: tienes SIDA, eres homosexual. Tienes SIDA, no te acerques a mí, que me contagias.
En seguida se convierte en un paria; víctima de la homofobia e ignorancia que él mismo practicaba dos días antes con sus colegas. Hay una escena en que le desprecian en su bar de siempre. Él se acerca a sus amigos, mosqueado, sin comprender. Se separan de él. Les escupe, y todos se acojonan. Puro desconocimiento: recordad que es una enfermedad de trasmisión sexual; no se contagia ni por la saliva, sudor, o lágrimas (sí durante la gestación, de madre a hijo; o por ejemplo, por compartir agujas para drogarse).
Nuestro protagonista se queda solo. Le dicen que le queda un mes de vida; y ahí comenzará una lucha contra todo y contra todos. Ahora viene la historia real: crea el “Dallas Buyers Club”, distribuyendo medicamentos que, sin estar aprobados en USA, mejoraban significativamente los síntomas de enfermos con VIH.
Todo esto, ¿por qué? Bien, en esos momentos el tratamiento consistía en pruebas con AZT, un antiviral que en grandes dosis resultaba más tóxico que beneficioso. Por ello lo de buscar una alternativa al sistema. A día de hoy y en dosis correctas, constituye parte del exitoso tratamiento que ha convertido el SIDA en una enfermedad crónica, y no mortal.
En el hospital nuestro cowboy conocerá a Ryon, (un irreconocible a Jared Leto), transexual, drogodependiente y también seropositivo; con el que comenzará el negocio y una gran amistad. Woodroof se quita poco a poco la venda que le cubría los ojos; sentirá en carne propia y ajena la indiferencia y el sufrimiento más despiadados. Y de todo ello saldrá una película que vale la pena, con momentos más que entrañables, como los de la Dra. Saks (Jennifer Garner), que siempre irá un paso más allá de su trabajo, desviviéndose por sus pacientes. Porque sí, existe una diferencia entre lo bueno y lo meramente oportuno. Y ella lo sabe.
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