Tate Taylor nos sorprendió hace unos años con Criadas y Señoras, una película académica y clásica, realizada con gusto y con un lujo de actrices. El resultado, un dulce caramelo difícil de resistir. Ahora, regresa a la cartelera con una nueva propuesta, la adaptación del Best Seller de Paula Hawkins, pero siento decir que en esta ocasión el sentimiento es totalmente opuesto. Taylor orquesta una película aburrida, plana y carente de interés.
El material de base del film es uno, por no decir el mayor, de sus problemas. Adapta un libro que no es nada del otro mundo, que empieza con fuerza para quedarse en un intento de ¡ay lo que podría haber sido! Muchos lo comparan con Perdida y como tal nos lo han intentado vender, y, aunque Perdida (el libro) tampoco es la panacea, le da veinte mil vueltas al que nos ocupa.
La narración de La chica del tren esta totalmente descompensada. En primer lugar por querer copiar la estructura del libro sin intentar generar una estructura propia (literatura y cine señores no es lo mismo). Imagino que guionista y director hayan querido hacerlo para explicarnos el drama de las tres protagonistas y conseguir nuestra empatía. No han podido hacerlo peor. A excepción de Emily Blunt (que es la que más minutos tiene en pantalla y la que más parece esforzarse) el resto de personajes me dan igual. Es una decisión que lastra el ritmo de la película, se detiene en flashbacks innecesarios, situaciones redundantes que rellenan minutos en pantalla por rellenar.
Otro de los problemas es el tono de la película, ni es thriller ni es drama, ni mucho menos una mezcla de los dos. Como thriller genera un misterio que tarda en suceder, diluye la investigación entre flashbacks, dramas y amoríos varios; y para cuando llega la resolución, ¡y de que forma dios mío!, ya te da exactamente igual quién haya matado o no a Laura Palmer Megan Hipwell. Eso si no te lo hueles cuarenta minutos antes de que suceda.
Lo mismo sucede como drama, saltamos de un lado para otro, utilizando recursos de voz en off, situaciones absurdas y reacciones irracionales que te sacan constantemente de La chica del tren. Son todos planos y vacíos que responden a arquetipos mil veces vistos: la esposa sumisa, la amante calentorra, el psicólogo sexy, el marido cornudo, la despechada borracha, etc…
A ello tampoco ayuda el trabajo actoral, ya que todos y cada uno de ellos, a excepción de Emily Blunt, “actúan” con el piloto automático. Da la sensación muchas veces durante el film que los actores están ahí para rellenar el cuadro, dando la sensación de que salen en pantalla porque salían en el libro. La mejor parada de la función es Blunt, la cual ya ha dado muestras de la actriz todoterreno que es, intenta creerse lo que está haciendo y darle un poco de vida a su personaje. También es cierto que es la que más minutos en pantalla esta.
Y como he comentado anteriormente, la resolución del misterio es uno de los momentos WTF más bizarros que he vivido recientemente en una película (a excepción de una secuencia de El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares). Si ya en el libro no funcionaba, ya que no tenía lógica ninguna, aquí en la película repiten el error al dedillo. La ventaja del libro es, que tu como lector, te lo imaginas de una manera más cool para intentar suavizar el despropósito que estás leyendo. Esa maravillosa resolución termina de echar por tierra lo poco salvable de los, a veces eternos, 112 minutos de película.
Por buscarle algo salvable, que salen un montón de chicos y chicas guapas, jóvenes y maduros, para todos los gustos y edades, amén de algún que otro momento inspirado de dirección. El resto, plano y monótono, que convierten a La chica del tren en un thriller dramático en una película anodina, que te transmite un único pensamiento, ¿acabará en algún momento?
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