Retrato de una mujer en llamas

4 minutos

La persona detrás de la maravillosa película Tomboy y la fascinante, a la par que inquietante, serie Les Revenants (por favor, si no la habéis visto aún engancharos sin control) ha vuelto. Y sí, o no, estamos hablando de la magnífica Céline Sciamma. Y todos estos adjetivos tan bonitos que les dedico están más que justificados.

Si no, podéis preguntar en Cannes, donde se llevó la Palma Queer y el premió a Mejor Guión, todos ellos por el drama de época que vamos a comentar: Retrato de una mujer en llamas. El premio gordo, la Palma de Oro, se la llevó otra película que también comentamos aquí: Parásitos. Poca broma.

La trama de este largometraje basado en el siglo XVIII se basa en la relación que establecen una retratista, contratada por una madre para que haga un cuadro de su hija y así poder enviárselo al prometido que ha buscado para ella, y la retratada. Sin embargo, la hija no está muy contenta con ese matrimonio concertado y, para añadir más drama, está de luto por la hermana que recientemente acaba de perder.

Puede parecer una historia bastante deprimente, pero esto es solamente la premisa, para ponernos en situación. La película, a pesar de que la trama avanza más bien lentamente, se hace muy llevadera y engancha con demasiada facilidad. Vaya que si engancha.

Para hablar de las virtudes de Retrato de una mujer en llamas necesitaría un post tan largo como una película de Oliver Stone. La metáfora era para mostrar mi trauma con Alexander y el montaje del director de 207 minutos. Como no me quiero extender tanto simplemente voy a comentar qué sucedió en la sala al final de la película, y es que, aunque parezca exagerado, es un momento que quedará marcado en mi mente durante mucho tiempo.

Cuando se encendieron las luces todas las personas asistentes miraban a sus acompañantes con los ojos mostrando una tensión y una incredulidad ante lo que acababan de presenciar que, si no me falla la memoria, no había visto nunca. También había lágrimas, respiraciones profundas descargando tensión y algún que otro “guau”.

No es que hubiera animales caninos en la sala, es que la historia de la mujer en llamas y su retratista va creciendo hasta llegar a unos límites en los que la ansiedad por saber qué va a suceder, la tensión por una situación que no vamos a comentar por no hacer spoiler y la emoción por lo bonita y triste a partes iguales que es la relación entre las dos chicas supera a cualquier persona. Creedme cuando os digo que los últimos quince minutos son martillazos constantes al corazón.

Aunque la historia atrapa de manera sobrenatural, arranca lenta y desconcertante, pues tenemos a una mujer que da clase de pintura que de repente se monta en un bote a Dios sabe dónde y que se tiene que tirar al mar a rescatar sus utensilios. No obstante, en el momento en que Marianne (Noémie Merlant) y Héloïse (Adèle Haenel) empiezan a interactuar todo da igual y sólo queremos saber por qué derroteros nos va a llevar su historia. Vaya titanes de la actuación y complicidad y química y todo.

Además del papel sobresaliente de las actrices, Céline Sciamma monta una historia precisa y perfecta: tensa cuando se necesita tensión, graciosa cuando se necesita aliviar esa tensión que nos angustia, y siempre con una imagen preciosista. Sin embargo, todo se acaba con el fundido negro final.

Entonces nos quedamos con el corazón roto, con la piel como gallina, con todos los sentimientos gritando a la vez en la cabeza como si fuera Inside Out y con la certeza de que, aunque haya historias que ya se han contado miles de veces, si se hacen con cariño, con una perspectiva distinta, y con la maestría con la que Sciamma ha hecho Retrato de una mujer en llamas, siguen llegándonos muy adentro y dejándonos unos segundos en la butaca asimilando lo que acabamos de ver, y más importante aún, sentir.

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Aitor Gonzalez
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