Con un director tan querido por crítica y público a los mandos y con una idea tan firme en la cabeza supongo que sólo cabe esperar la excelencia. Sobre todo si se trata de un proyecto tan personal, con una producción cuya dilatación en el tiempo tan sólo es comparable a la del metraje del producto final: casi 160 minutos de puro cine.
Silencio cuenta el accidentado viaje de dos jesuitas portugueses (Andrew Garfield y Adam Driver) que se adentran en el Japón del s.XVII en plena persecución de los cristianos para tratar de averiguar si son ciertos los rumores de que su mentor (Liam Neeson) ha cometido apostasía. El verdadero potencial de la historia (de corte bastante clásico y marcado carácter biográfico a pesar de centrarse en personajes ficticios) reside en el relato del sufrimiento, las miserias y la estoica lucha de las comunidades de Kakure Kirishitans (o cristianos ocultos) contra el constante acoso de las autoridades niponas.
En seguida llama la atención el envoltorio. Una inmersiva fotografía, de paisajes hipnóticos y composiciones potentísimas fruto del perfecto tándem entre Scorsese y Rodrigo Prieto (El lobo de Wall Street o la inolvidable Brokeback Mountain) marcada por la inconfundible huella del realizador. Sin embargo, y aunque resulte fácilmente detectable, ésta no es una película que exhiba con demasiado descaro el sello Scorsese.
Por lo general, Silencio hace gala de cierta austeridad formal, apostando mucho más por la contención y el ritmo pausado y alejándose así del estilo característico de las que muchos (entre los que me incluyo) podrían considerar sus grandes obras. De ahí imagino que pueda provenir cierta decepción e incluso mosqueo de quien espere más un Taxi Driver o Uno de los nuestros que La última tentación de Cristo.
Ensañarse con eso, no obstante, considero que es pasar por alto la técnica y la capacidad narrativa de un cineasta que a sus 74 años está claro que todavía tiene mucho que ofrecernos. Porque la cinta, más allá de las formas, es un relato fascinante sobre el valor, las dudas y la capacidad de sacrificio, que trabaja muchísimos niveles por encima de posibles reivindicaciones religiosas o glorificaciones católicas y es capaz de instigar las más profundas reflexiones.
Siempre es satisfactorio percibir una visión de autor detrás de una superproducción tan descomunal, y aunque en este caso esté muy lejos de compartir la pasión religiosa que desprende su director, resulta agradable comprobar, una vez más, el poder del cine para hacerte sentir partícipe de una historia que gira en torno a un sentimiento con el que no comulgas en absoluto. Silencio funciona, antes que de ninguna otra manera, a nivel humano.
Ésta no es, desde luego, una de las mejores obras de Scorsese, más por lo elevado de su trayectoria que porque Silencio realmente haya sido un bache en el camino. Al que disfrute más, digo, de su otra faceta, más visceral y agresiva que contemplativa es probable que esta última cinta le sepa a poco, pero el esfuerzo y dedicación personal que desprende cada frame de Silencio hace que merezca la pena sumergirse en la vertiente más desconocida de su cine.
Pudiera parecer que la película bien merecería el título de prescindible dentro de la filmografía de un director que nos ha dado tanto y tan bueno. Eso os lo dejo a vosotros. Ojalá todas las películas prescindibles merecieran tanto la pena como esta.
«Película muy diferente al cine que nos tiene acostumbrados el señor Scorsese. Muy lenta en algunos momentos, pero en términos generales estamos ante una interesante historia narrada de manera fantástica.»
Álvaro Corujo (crítico de No stage fright)
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