El antaño icono del western y reconocido director Clint Eastwood estrenaba el pasado viernes en nuestro país Sully, la que será su película número 35 desde que decidió situarse detrás de la cámara en aquella primera Play Misty for Me. Es verdaderamente fascinante comprobar de primera mano la inmensa capacidad convocatoria que todavía conserva cada uno de sus trabajos como director a pesar de los más que evidentes baches que ha atravesado su carrera en los últimos tiempos. Este verano tuve la oportunidad de visitar Croacia y ya entonces los carteles se amontonaban (literalmente) a la salida de los cines. Y aquí, las colas enormes y la sala a rebosar.
Estoy seguro de que gran parte del mérito de todo esto (seguramente la mayor parte) le corresponde a la presencia del siempre solvente Tom Hanks como protagonista de la película. No en vano, su nombre aparece mucho más arriba y a mucho más tamaño que el del director en los posters promocionales. Supongo que es normal: a quién no le gusta Tom Hanks. Sin embargo, prefiero seguir creyendo que al menos una pequeña porción del público acudió a ver Sully por el nombre del veterano realizador, por Clint Eastwood como figura creativa.
En cualquier caso, siempre es una buena noticia comprobar que siguen existiendo personalidades independientes en la industria que son capaces de generar tal cantidad de expectativa más allá de las sagas archiconocidas o la última entrega del superhéroe de turno. En esta ocasión Eastwood nos traslada a los Estados Unidos, más concretamente a Nueva York, a aquel 15 de Enero de 2009 en el que Chesley Sullenberger decide aterrizar un avión averiado con 155 pasajeros a bordo en medio del río Hudson. No hubo un sólo fallecido. El milagro del Hudson, lo llaman. No es para menos.
Eastwood sigue en la línea de su serie de biopics, la mayoría dedicados a personalidades relevantes de su propio país. Aquí la película no se centra tanto en la vida de Sullenberger, que al fin y al cabo no es tan interesante, como en lo ocurrido aquel día durante tan sólo 208 segundos y las consecuencias posteriores de todo el asunto. A priori, el film adolece de uno de los males en los que resulta más fácil caer a la hora de realizar este tipo de cintas: esta historia ya la conocemos.
Existen varias formas más eficaces de salir del paso en este tipo de situaciones. Una de ellas pasa por dotar a la historia de cierto elemento sorpresa si el suceso no es excesivamente conocido, como es el caso. Todos sabemos que un avión aterrizó de emergencia en el río Hudson hace unos años pero no conocemos muchos más detalles(¿fallaron de verdad los dos motores?¿la reacción del piloto fue exagerada?¿se trata de un héroe o de un imprudente?). La otra consiste en utilizar una historia real para sacar a colación otro tipo de temas, para explorar el factor humano y tener en cuenta los pequeños matices. Sully está a caballo entre esta segunda aproximación y el más estricto documental.
Gus Van Sant aprovechaba en Elephant los diferentes puntos de vista existentes durante una tragedia para crear una especie de slide of life y reflejar la calma antes de la tempestad. Huía de toda dramatización y aprovechaba a todos los involucrados en un suceso para mostrarlo de la manera más impersonal posible, utilizando largos planos secuencia para evitar los cortes. Pero Eastwood no quiere esto. Eastwood quiere contarnos una historia. Concretamente la de un héroe que aterrizó un avión en medio de un río salvando la vida de 155 personas. Pero el resultado es insípido: ni el componente humano está trabajado con demasiado ingenio o matices ni la pura exposición de los hechos es tan interesante como para llenar una hora y media de película.
Las cartas están sobre la mesa casi desde el comienzo de Sully, no hay lugar para la sorpresa. El guión es irregular, redunda en lo mismo una y otra vez y aunque puede que 208 segundos no sean muchos en el mundo real acaban haciéndose tediosos frente a una pantalla. Clint Eastwood no ha perdido su toque, claro, pero sí ha perdido una gran oportunidad para ahondar en sus personajes o poner en cuestión la figura del héroe. Ambas son exigencias que Tom Hanks podría soportar. Pero al final, sea por lo que fuere, el milagro del Hudson no acaba de cuajar.
Da la sensación de que Eastwood ha escogido esta historia más por algún tipo de necesidad de reivindicación o de arqueología periodística que porque haya visto en ella verdaderas posibilidades dramáticas. Al fin y al cabo su cine ha tenido muchas veces un cariz muy político y muy social, y como casi siempre es fácil atisbar la línea de pensamiento que subyace detrás de sus obras. La restitución de los héroes, supongo.
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